Estamos sometidos a la luz de las tardes de otoño, cuando el paso bajo las hojas de palma que custodian la ojiva gótica de San Bartolomé, nos hace barruntar que el Domingo de Ramos será el tiempo para silentes nazarenos vestidos de noche de Pasión, en esa misma jornada en la que el Señor de la Paz pasa frente al zaguán del hospital de la Caridad mantenido sobre la senda de los olleros.
El paño con el que Juan Carlos Moreno ha vestido la desnudez del Señor de la Columna de Vera-Cruz recuerda los amarillentos grabados devocionales del siglo XVIII. Parece que estamos ante un Cristo tallado por un maestro de la escuela de Flandes.
Y Dios sigue mirándonos desde su cuerpo de cedro, envuelto en su terno más oscuro, el más regio de cuantos posee. Su policromía nos habla de gracias alcanzadas y de promesas por cumplir. El amor de su pueblo ha dejado una profunda huella en los pies de Dios.
CRUX INVICTA
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