jueves, 31 de marzo de 2016

CRÓNICAS DE UN PASEANTE RANCIO - CAPÍTULO XCII - UNIVERSIDAD

Fue un encuentro con un viejo amigo y compañero durante aquellos años junto a las Madres Franciscanas Misioneras, hijas de beata María Ana Mogas, en Villa del Río. Era una tarde en la que la lluvia concedió tregua y Manuel pudo encontrar a un colegio entero junto a su Cristo, prendido en Getsemaní. Fue una jornada de grandes sonidos: de la pureza de "Esencia", de la elegancia de "Pasión", de la solvencia de "Cristo de Gracia", de la rotunda majestuosidad de "Tubamirum"...

Pero la tarde-noche, aún invernal, se hizo demasiado pronto manto oscuro para los siete años y medio de mi Manuel y decidimos iniciar nuestro camino de vuelta a casa. En el tránsito hasta el viejo y fiel "Hyundee" (¡la querencia es lo que tiene!) nos encontramos aún abierta la Basílica del Juramento, donde velaban a Cristo y a María su Cofradía Universitaria, que había decidido no realizar su Estación de Penitencia por las calles cordobesas ante la inestabilidad meteorológica de la jornada.

Fotografía de mi hijo, Manuel Almansa Duro.

Cuando llegó ante la presencia de Cristo, Manuel formuló una primera pregunta tajante:

- "¿Papá, cuántos azotes le dieron al Señor?" 

- "¡Todos los que le cogían en la piel, hijo!", fue la única respuesta que encontré en aquel momento. La piel castigada de Cristo sobrecogía el ánimo y la conciencia.

Manuel continuó mirando a aquel Hombre castigado y colgado en el madero. Me señaló como la Cruz "no tenía forma de árbol, como otras"; me habló de que la corona de espinas "estaba cerraba por arriba de la cabeza de Jesús"; se detuvo a considerar que las heridas en sus rodillas se las debió producir cuando se cayó llevando la Cruz,... y llegó el momento de formular esa pregunta tan precisa:

- "¿Por qué le hicieron esto a Jesús?" 


- "¡Pues por la misma razón que siguen sufriendo tantas personas, hijo mío! ¡No sé darte una respuesta! ¡Sólo te puedo decir que hay que terminar con todo el dolor que el ser humano puede llegar a producir! ¡Por eso recordamos todo lo que Jesús padeció para pedirnos que recordáramos siempre el verdadero significado de AMAR!"

- "¿Pero Jesús no se murió del todo, verdad?", me preguntó mientras continuaba mirando al Crucificado.

- "¡Nunca! ¡Él está hecho de vida! En esa Cruz sólo está colgado lo peor de todos nosotros: el odio, el miedo, la intransigencia, el egoismo, la envidia, la soberbia,... ¡Jesús no murió: acabó con todas esas cosas malas que hacen sufrir a tanta gente!"

- "¡Sí, ya lo he visto en un libro que tenemos en casa!... ¡el Señor venció a "la canina"!"

Aquella conversación continuó por un tiempo que para mí fue una vuelta a mi infancia, cuando me formulaba aquellas mismas preguntas. Sentados en un banco de la Basílica situado a espaldas de Cristo, me veía ahora buscando las respuestas en el tránsito de mi vida. Mi hijo Manuel me cogía la mano y no apartaba su mirada de la espalda del Crucificado. Fueron unos minutos de conversación padre e hijo, de contarnos sensaciones, recuerdos, emociones vividas, sentimientos que nos hacían sentirnos mal y por los que tendríamos que pedir perdón a aquellas personas a las que quizás hubiéramos hecho sufrir.

En aquel templo dio comienzo una nueva etapa de nuestras vidas.

Cuando Manuel ya había satisfecho su curiosidad, se levanto, me tiró del brazo y me dijo:

- "¡Vámonos a casa, que no lleguemos muy tarde!,... ¡no vayamos a despertar a mamá, que mañana se va a trabajar muy temprano!"

- "¡Vale, vamos para Andújar! ¿Qué le vas a contar a mamá que has visto hoy?"

- "Le voy a decir que junto al Señor del "Prendi", he visto a Judas, ¡que se iba muy triste del "Paso" por haber "traicionao" a su mejor amigo!"

- "¿Te ha gustado la Virgen de la Presentación?"

- "¿Sabes, papi?, ¡se parece mucho a nuestra Dolores de Vera-Cruz!"

- "¡Vamos a rezarle un "Ave María" para que nos acompañe durante el viaje de vuelta!"

- "¡Vale papi, pero tú conduce despacito,... acuérdate de lo que siempre te dice mamá!"


Fotografía de mi hijo, Manuel Almansa Duro.

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