sábado, 22 de diciembre de 2012

QUE EN TU COLOR LA FLOR SE ACRISOLA



Artículo publicado en el Boletín nº 33 de la Hermandad del Buen Remedio,
con motivo de estas Celebraciones Navideñas.

Es tiempo de libros y músicas junto a la ventana repiqueteada de otoño. Es ocasión para que se luzca la memoria. Sobre legajos y viejas fotografías en color sepia, se acumulan los logros alcanzados en estos años. La penumbra queda rota por blancas candelerías de Cultos y el sol es imitado a partir de la riza de encajes y sedas de anticuario. Es el tiempo de vísperas y el Misterio de Belén llena nuestras horas del oro, el incienso y la mirra deseadas.

La calle Cuna es un faro iluminado por luz de ámbar y azulejo esmaltado. Los pasos resuenan entre charcos de espejuelos, como si de rocalla barroca se tratara, y la Madre de Dios llora con una calma otoñal, porque el arte se detuvo en ese dolor sosegado y tutelar que, en tantas ocasiones, nos ayuda a salvar las horas más amargas.

En casa, ahora somos nosotros quienes bajamos del altillo las figurillas del Nacimiento con la colaboración de nuestros hijos, mientras nos guía la sabia paciencia de las abuelas de plata y seda. El miriñaque sobre el que han de alzarse las montañas de “moco de herrero” queda dispuesto, y el paisaje de Belén, comprado en la “Papelería Blanco” cuando nuestros años todavía aprendían mirando, recupera caminos de aserrín sobre los tableros, convirtiendo aquel espacio del hogar familiar en un párvulo relicario.

Somos testigos de una ofrenda única, seguimos vinculados a la tierra, no tenemos miedo a que nos llamen “alienados”; resistimos al olvido, sobrevivimos a las “corrientes de pensamiento”, prescindimos de lo superfluo (o así debe ser), respiramos el puro aire de esta Sierra que nos impide olvidar de dónde venimos y todo aquello que hemos aprendido.

La arcilla del Veredón del Pino junto a la que se asentó nuestra progenie, rezuma aún las aguas del nobilísimo Betis romano, teñida en estos días por la piel de los olivos. Somos andujareños orgullosos de haber blanqueado nuestra piel con una túnica de cola y de ceñirnos la cintura con un meandro “guadalquivireño” para mecer sobre nuestros sueños al Hijo de Dios sentenciado. Somos cofrades iliturgitanos que ven como la Navidad se hace proemio para el final de una dulce espera, que quemó cera a las plantas de un fotograma del mismo Cielo, y que, en cuanto que la escarcha se haga costal, nos hará volver al hogar de las trabajaderas.

Esta es nuestra grandeza, porque así se manifiesta la herencia recibida. Por esto es que el incienso nos sabe a albahaca y canela; para esta corona es para la que nació una Reina con los ojos bellísimos, orlados con toda la ternura que un vestidor de Sevilla sueña para Ella, acariciando sus mejillas con tejidos de “organdí” y seda.

Recordaremos que la Virgen María parió al Hijo de Dios y volveremos a cantarle Villancicos, guiados por jóvenes voces que sueñan con ese bendito Abril que mantiene, siempre viva, nuestra eterna Primavera.

A la Capilla de San José (como la conocieron las primeras Hijas de la Caridad) retornarán nuestras huellas para saborear esa belleza próxima que nace de un manto con el orillo de canela, que así lo sentimos nosotros por saberlo tan próximo a la dulce piel de nuestra Rosa andujareña. Y es que en el divino Rosal de Santo Domingo tenemos una cita en estas noches de aguinaldo y panderetas, para ver nacer a Dios, recostado en un pesebre junto al regazo de su Madre, a las mismas plantas de su Basílica en Sierra Morena.

Feliz Navidad, para vosotros y para vuestra familia entera.

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