viernes, 7 de febrero de 2014

EL CRUCIFICADO DE LA ALHÓNDIGA


La suma de los siglos está inscrita en legajos, en azulejos, en tradición oral, en dichos y refranes, en historias contadas a la luz de la lumbre, del brasero, del flexo, de la luz del salón, del patio de vecinos...

La historia llega a nosotros gracias al tesón de nuestros investigadores, gracias a la creatividad de los próceres de nuestra cultura, gracias a los amantes de nuestra ciudad.

Las tradiciones se sujetan a cada esquina, a cada altozano, a cada pared de edificio municipal.

Somos legado y respiramos esa justa demanda: seguir siendo lo que aprendimos.


Cada leyenda que conocemos mastica despacio una serie de elementos que perduran gracias a un afán común a todas ellas: transmitir una moraleja.


Respiro todavía el rezo de la cera prendida por mi pequeño Manuel ante el Señor de la Alhóndiga en la noche que cumplía con el rito de una leyenda plasmada sobre azulejos por la conciencia regionalista de maese Manuel Aldehuela, que concentraba sobre el lugar que habría de albergar al Cristo del pósito municipal los elementos más clásicos de un rincón devocional fiel a la estirpe andaluza.


El retablo del Señor de la Providencia, en la noche tormentosa del 17 de enero de 2014.

Las tradiciones recibidas lo han sido a través de fuentes que ahora dan vida a lo que somos y memoria a lo que deseamos que nuestros hijos lleguen a comprender.





Carlos de Torres Laguna y Jesús Ángel Palomino nos han permitido conocer, tanto la ubicación de los espacios recogidos en las actas capitulares como las leyendas que los iliturgitanos crearon alrededor de aquellos lugares de devoción y oración constante.





Y, de todas estas leyendas se sirvieron aquellos que fueron a dar vida y ser a nuestras Cofradías, sabiendo hacerse herederos de esta fe rezada de continuo, de esta entrega a un ideal, de este encuentro entre lo humano y lo divino, de este tiempo detenido, de esta Cruz desde la que Cristo nos gana la vida.


Que la Providencia divina siga protegiendo a nuestro pueblo, que no perdamos la razón de nuestras emociones, que seamos dignos de la herencia recibida.

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