Fotografía tomada del blog de Javier García
La pequeña
ciudad aposentada sobre la ladera de Santa Catalina tiene la piel cuarteada por
marcados tatuajes de una personalidad muy individualizada, casi como si se
tratara de marcas tribales secadas al sol sobre sus adoquines y fachadas. Esta
ciudad que se erigió como custodia del paño de la Verónica, esta capital de
provincias que guarda en su escudo el blasón de haber sido frontera y
defendimiento de los Reinos conquistadores, salmodia todavía las plegarias
rezadas cuesta arriba por los habitantes de sus barrios, aquellos que aún
conservan su perfil entre el chasquido de las pisadas del visitante. Y esta
retahíla de calles en secular pendiente nos conduce desde las vías grabadas a
fuego y golpe de leyenda hasta aquellas otras dibujadas a tiralíneas entre esqueletos
de metal y cemento; un nuevo trazado ciudadano que no olvida, eso sí, volver su
mirada hacia el ubicuo cerro coronado por el Castillo y la Cruz.
Desperezó sus goznes el cofradiero portón
entre la portada plateresca que contiene el relieve de la Santa penitente y la
reja que muestra el embrujo del patio de las abluciones, y Jesús de la Caída
volvió a atraer para sí un sol cálido y encendido, desquitándose así de aquel
astro tibio y breve que lo recibiera en la tarde del pasado Martes Santo. Y
parece que sus cofrades quisieron que la piel lígnea de Dios atrapara todos y
cada uno de aquellos rayos solares, ya que lo hicieron procesionar hasta la
Plaza de Santa María desprovisto de su túnica talar, cubriendo su desnudez
escultórica con tan sólo el tallado perizoma con el que signara aquel cuerpo
herido su imaginero, el granadino maese Navas Parejo.
El Nazareno de
la Magdalena mostró, de esta manera, el orgullo de ser estandarte que proclama
la gloria artística del mejor exponente de la iconografía de Jesús Caído que se
venera en toda la provincia del Santo Reino: me estoy refiriendo a Nuestro
Padre Jesús de la Caída, de Baeza, extraordinaria e irrepetible obra cumbre de
la Imaginería penitencial española por el trabajo de su anatomía y encarnadura,
la cuál tomó como modelo el imaginero granadino para su Cristo Caído jiennense.
Lógica y sabia
elección la de Jesús de la Caída para mostrar el pasaje de Nuestro Divino
Redentor con la Cruz a cuestas en esta Catequesis y muestra artística por parte
de la Agrupación de Cofradías de la capital provincial, ya que haber optado por
la Efigie de Nuestro Padre Jesús Nazareno de los Descalzos hubiera desbordado,
sin lugar a dudas, las dimensiones y las pretensiones de este encuentro de Fe.
Andan
las gentes del Señor de la Piedad, marcando el paso ante la romana
cohorte, con una Claudia Prócula implorante y un Pilato belicoso y despiadado, quizás el más arrogante de
cuantos “Pilatos” hayan sido tallados hasta la fecha.
Los andares cofrades
han querido que Jesús de la Piedad compartiera con Jesús Nazareno de la Vera-Cruz
andujareña, durante el proceso de restauración del primero y el nacimiento del
segundo, su estancia en el Estudio cordobés de Imaginería de maese Francisco
Romero Zafra. La semblanza del que fuera Nazareno del Convento dominico de
Córdoba llegado a las Dominicas de Jaén para ser venerado en el pasaje
evangélico de su presentación al pueblo por parte de Pilato, y la fuerza
sobrehumana de Cristo con la Cruz a cuestas que rige los destinos de los
Vera-cruceros andujareños compartieron parte de su historia entre las cuatro
paredes de un lugar que ahora marca un recuerdo permanente para aquellos que lo
visitaron.
La Agrupación
Musical “Jesús de la Piedad”, que junto a la de “Jesús despojado” sustentan con
su buen hacer buena parte del andar cofrade de la Semana Santa jiennense,
acompañó a su Cristo, como si de un
Domingo de Ramos se tratara, y lo llevaron hasta el corazón catedralicio de la
ciudad, proclamando la razón de ese amor y entrega que llevan como adalid de
todo su esfuerzo a lo largo de tantas noches de invierno.
Las galas de sus uniformes, que reproducen las
de los Alabarderos de la Guardia Real española, embellecieron la regia escolta
de honor y arte al Cristo de las Dominicas. Y junto al Señor, un barrio gubiado
entre la catedral erigida por los hombres y las cumbres alzadas por Dios, que se
dio cita en esta jornada catequética para atraer hacia sí la atención de los
cristianos cofrades llegados hasta la ciudad del Dragón.
Os hablaba
antes de cemento, cristal, aluminio, altura de pisos y nuevas calles sin
pendiente. Y es que Jaén buscó el llano desde su ladera primigenia, abrió
nuevas avenidas y alzó bloques de pisos de gran altura. Y para dar Fe de vida a
estos nuevos barrios, abrió iglesias de amplias portadas que propiciaron la
formación de Cofradías cuyos Titulares son venerados en la contemplación de
amplios Misterios procesionales, con gran elenco de figurantes y elevado número
de trabajaderas.
De uno de estos
confines nos llega la Cofradía de la Santa Cena, con su exuberante Paso de
Misterio y su meteórico ascenso patrimonial. A esta grandilocuencia cofrade le
brindó el brillo de su música la BCT “Cristo de la Expiración”, de Jaén, que
mostró su bien hacer con marchas de compleja interpretación.
El andar de
este retablo impacta al más pintado de los cofrades por su magnificencia. Las
notas de las voces de metal saetearon el aire jiennense que inundaba el áureo
cenáculo itinerante y la ciudad elevó hasta la plaza de la Catedral una
auténtica muestra de su radiante arte procesional que impresionó a quienes nos
visitaban en esta jornada. Una fachada barroca alzada para capturar la
admiración de quien ante ella se situara y un paso procesional impregnado de los
mismos mimbres barrocos. Entre los dos,
trescientos años de andadura en la Fe. El Arte contemplado en sus nuevas
revisiones, el eterno debate, el manido argumento pro-barroco.
Del Salvador
nos llegaba Jesús de la Pasión despojado de sus vestiduras, Rey de un barrio al
que llegó después de circular por tantos templos, de entrar y salir en numerosas
comunidades parroquiales, de luchar por una identidad que, poco a poco, fue
encontrando en esta feligresía, fuente de vida que animara el crecimiento
permanente de esta Cofradía de los toreros de la ciudad de Jaén, donde Pasión y
Amargura se encumbran como huellas de la identidad de un grupo humano que ha
luchado muy, muy duro por alcanzar la luz de sus sueños: que Dios y su Madre
Amantísima de la Amargura gocen del alto honor que le tributan sus hijos e
hijas de Jaén en el saber estar nazareno, en el buen hacer de sus Bandas de
Música, en el arte de sus vestidores y camaristas y en el amor de un barrio que
ha hecho suya esta comunidad penitente cristiana.
La primera vez
que besé la mano de Nuestra Señora de la Amargura lo hice en el Colegio de las
Carmelitas. También viene ahora a mis recuerdos aquel pequeñísimo bajo
comercial que ejerció de Parroquia, donde se mostraba sendos cuadros con el
rostro de tan sagrados Titulares, cuya presencia entre ellos aguardaban los
pobladores de aquella, por entonces, última frontera ciudadana. Conservo
también la alegre memoria de aquella Caseta ferial que sirvió para animar,
apoyar, ayudar e impulsar la construcción del sólido templo que ahora le sirve
de trono a la Virgen de la Amargura, Reina del Salvador, junto a su Divino
Hijo, Jesús de la Pasión.
Estos barrios,
pletóricos de identidad y de una Fe firme y bien labrada por el fuego de tantas
pruebas vividas, no dudan en afrontar algunas de las cuestas más duras a las
que tenga que enfrentarse una Cofradía sobre la faz del planeta. Y ese colosal
esfuerzo bien merece el aplauso y el cariño de toda la ciudad del Santo Rostro ante
la valentía, el carácter y la forma de ser de sus Cofradías de Barrio.
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