miércoles, 26 de junio de 2013

FIDES SANCTI REGNI IV - JAÉN EN SUS BARRIOS Y EN SUS GENTES


 
Fotografía tomada del blog de Javier García
 
La pequeña ciudad aposentada sobre la ladera de Santa Catalina tiene la piel cuarteada por marcados tatuajes de una personalidad muy individualizada, casi como si se tratara de marcas tribales secadas al sol sobre sus adoquines y fachadas. Esta ciudad que se erigió como custodia del paño de la Verónica, esta capital de provincias que guarda en su escudo el blasón de haber sido frontera y defendimiento de los Reinos conquistadores, salmodia todavía las plegarias rezadas cuesta arriba por los habitantes de sus barrios, aquellos que aún conservan su perfil entre el chasquido de las pisadas del visitante. Y esta retahíla de calles en secular pendiente nos conduce desde las vías grabadas a fuego y golpe de leyenda hasta aquellas otras dibujadas a tiralíneas entre esqueletos de metal y cemento; un nuevo trazado ciudadano que no olvida, eso sí, volver su mirada hacia el ubicuo cerro coronado por el Castillo y la Cruz.
 
Pues bien, estos barrios de Jaén, como no podía ser de otra forma, tienen sus Cofradías, con marcadas señas autóctonas las unas, con pleno caudal de emulación las otras, que son las receptoras de todo un bagaje de esperanzas, de reivindicaciones,  de perdido esplendor, de contagioso optimismo…
 
A la cabeza en la representación de estos barrios ciudadanos, la Magna “FIDES SANCTI REGNI” tuvo  al Príncipe del Barrio de la Magdalena: a Nuestro Padre Jesús de la Caída, el “otro” Nazareno de Jaén. Cada ciudad tiene sus particulares ilustraciones para el Catecismo de su Fe. Es nuestra capital provincial una ciudad de Cristos Crucificados, frente a otras ciudades que son más de reverenciar el andar de Jesús Nazareno.
 
 
Fotografía tomada del blog de Jorge Rodríguez.
 
Siete Imágenes de Cristo clavado en la Cruz recorren las calles jiennenses durante los días de su Semana Santa frente a las dos únicas Efigies de Jesús con la Cruz sobre el hombro que veneran sus Cofradías.
Desperezó sus goznes el cofradiero portón entre la portada plateresca que contiene el relieve de la Santa penitente y la reja que muestra el embrujo del patio de las abluciones, y Jesús de la Caída volvió a atraer para sí un sol cálido y encendido, desquitándose así de aquel astro tibio y breve que lo recibiera en la tarde del pasado Martes Santo. Y parece que sus cofrades quisieron que la piel lígnea de Dios atrapara todos y cada uno de aquellos rayos solares, ya que lo hicieron procesionar hasta la Plaza de Santa María desprovisto de su túnica talar, cubriendo su desnudez escultórica con tan sólo el tallado perizoma con el que signara aquel cuerpo herido su imaginero, el granadino maese Navas Parejo.
El Nazareno de la Magdalena mostró, de esta manera, el orgullo de ser estandarte que proclama la gloria artística del mejor exponente de la iconografía de Jesús Caído que se venera en toda la provincia del Santo Reino: me estoy refiriendo a Nuestro Padre Jesús de la Caída, de Baeza, extraordinaria e irrepetible obra cumbre de la Imaginería penitencial española por el trabajo de su anatomía y encarnadura, la cuál tomó como modelo el imaginero granadino para su Cristo Caído jiennense.
Lógica y sabia elección la de Jesús de la Caída para mostrar el pasaje de Nuestro Divino Redentor con la Cruz a cuestas en esta Catequesis y muestra artística por parte de la Agrupación de Cofradías de la capital provincial, ya que haber optado por la Efigie de Nuestro Padre Jesús Nazareno de los Descalzos hubiera desbordado, sin lugar a dudas, las dimensiones y las pretensiones de este encuentro de Fe.
 
 
 Hablamos de Jaén y de sus puntos cardinales y debemos acudir ahora a su fuente de vida, a su Senda de los Huertos y Barranco de los Escuderos, al Pilar de la Imprenta, a la calle Ancha, al Ejido y Molino de la Alcantarilla. Hacia aquella frontera sur capitalina nos convocaba Nuestro Padre Jesús de la Piedad, y allí nos recibió un barrio que sabe de noches estelares, siguiendo el curso de una Reina de mirada intensa, con la cruz blanquinegra dominica grabada entre la cinta de seda de sus saya de tisú y rosas, con los andares de Señorita vestida de Domingo que busca, cada tarde, el frescor de la Carrera de Jesús, que trae aire fresco de Jabalcuz para rebajar las calores de la Plaza catedralicia, entre el sonido de los arroyos de sus barrancos vecinos y con la vida condensada en sus huertas, sembradas ahora tan sólo por la memoria de nuestros cronistas. Un Jaén que guarda los aires de la Sierra y que pasa el invierno contemplando los neveros perfilados, blanco sobre granito, entre las cimas de la mella y la torre del homenaje del castillo.
 
 
Andan las gentes del Señor de la Piedad, marcando el paso ante la romana cohorte, con una Claudia Prócula implorante y un Pilato belicoso y despiadado, quizás el más arrogante de cuantos “Pilatos” hayan sido tallados hasta la fecha.
 
 
 
Los andares cofrades han querido que Jesús de la Piedad compartiera con Jesús Nazareno de la Vera-Cruz andujareña, durante el proceso de restauración del primero y el nacimiento del segundo, su estancia en el Estudio cordobés de Imaginería de maese Francisco Romero Zafra. La semblanza del que fuera Nazareno del Convento dominico de Córdoba llegado a las Dominicas de Jaén para ser venerado en el pasaje evangélico de su presentación al pueblo por parte de Pilato, y la fuerza sobrehumana de Cristo con la Cruz a cuestas que rige los destinos de los Vera-cruceros andujareños compartieron parte de su historia entre las cuatro paredes de un lugar que ahora marca un recuerdo permanente para aquellos que lo visitaron.
 
La Agrupación Musical “Jesús de la Piedad”, que junto a la de “Jesús despojado” sustentan con su buen hacer buena parte del andar cofrade de la Semana Santa jiennense, acompañó a su Cristo, como si de  un Domingo de Ramos se tratara, y lo llevaron hasta el corazón catedralicio de la ciudad, proclamando la razón de ese amor y entrega que llevan como adalid de todo su esfuerzo a lo largo de tantas noches de invierno.

 Las galas de sus uniformes, que reproducen las de los Alabarderos de la Guardia Real española, embellecieron la regia escolta de honor y arte al Cristo de las Dominicas. Y junto al Señor, un barrio gubiado entre la catedral erigida por los hombres y las cumbres alzadas por Dios, que se dio cita en esta jornada catequética para atraer hacia sí la atención de los cristianos cofrades llegados hasta la ciudad del Dragón.
Os hablaba antes de cemento, cristal, aluminio, altura de pisos y nuevas calles sin pendiente. Y es que Jaén buscó el llano desde su ladera primigenia, abrió nuevas avenidas y alzó bloques de pisos de gran altura. Y para dar Fe de vida a estos nuevos barrios, abrió iglesias de amplias portadas que propiciaron la formación de Cofradías cuyos Titulares son venerados en la contemplación de amplios Misterios procesionales, con gran elenco de figurantes y elevado número de trabajaderas.
 
  
 De uno de estos confines nos llega la Cofradía de la Santa Cena, con su exuberante Paso de Misterio y su meteórico ascenso patrimonial. A esta grandilocuencia cofrade le brindó el brillo de su música la BCT “Cristo de la Expiración”, de Jaén, que mostró su bien hacer con marchas de compleja interpretación.
 
 
El andar de este retablo impacta al más pintado de los cofrades por su magnificencia. Las notas de las voces de metal saetearon el aire jiennense que inundaba el áureo cenáculo itinerante y la ciudad elevó hasta la plaza de la Catedral una auténtica muestra de su radiante arte procesional que impresionó a quienes nos visitaban en esta jornada. Una fachada barroca alzada para capturar la admiración de quien ante ella se situara y un paso procesional impregnado de los mismos mimbres barrocos.  Entre los dos, trescientos años de andadura en la Fe. El Arte contemplado en sus nuevas revisiones, el eterno debate, el manido argumento pro-barroco.
 
Del Salvador nos llegaba Jesús de la Pasión despojado de sus vestiduras, Rey de un barrio al que llegó después de circular por tantos templos, de entrar y salir en numerosas comunidades parroquiales, de luchar por una identidad que, poco a poco, fue encontrando en esta feligresía, fuente de vida que animara el crecimiento permanente de esta Cofradía de los toreros de la ciudad de Jaén, donde Pasión y Amargura se encumbran como huellas de la identidad de un grupo humano que ha luchado muy, muy duro por alcanzar la luz de sus sueños: que Dios y su Madre Amantísima de la Amargura gocen del alto honor que le tributan sus hijos e hijas de Jaén en el saber estar nazareno, en el buen hacer de sus Bandas de Música, en el arte de sus vestidores y camaristas y en el amor de un barrio que ha hecho suya esta comunidad penitente cristiana.
 
 
La primera vez que besé la mano de Nuestra Señora de la Amargura lo hice en el Colegio de las Carmelitas. También viene ahora a mis recuerdos aquel pequeñísimo bajo comercial que ejerció de Parroquia, donde se mostraba sendos cuadros con el rostro de tan sagrados Titulares, cuya presencia entre ellos aguardaban los pobladores de aquella, por entonces, última frontera ciudadana. Conservo también la alegre memoria de aquella Caseta ferial que sirvió para animar, apoyar, ayudar e impulsar la construcción del sólido templo que ahora le sirve de trono a la Virgen de la Amargura, Reina del Salvador, junto a su Divino Hijo, Jesús de la Pasión.
 
 
Estos barrios, pletóricos de identidad y de una Fe firme y bien labrada por el fuego de tantas pruebas vividas, no dudan en afrontar algunas de las cuestas más duras a las que tenga que enfrentarse una Cofradía sobre la faz del planeta. Y ese colosal esfuerzo bien merece el aplauso y el cariño de toda la ciudad del Santo Rostro ante la valentía, el carácter y la forma de ser de sus Cofradías de Barrio.

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