Lo decía en la entrada anterior: Jaén es tierra de luz, de olivos y de memoria agradecida al Sacrificio por Amor sobre la Cruz. Por eso, porque supo conservar su alma de pueblo grande, sus calles guardan todavía "Cruceros" ante los que santiguarse y saludar al Cristo vivo que brinda salud y guarda y protege a la familia.
Cada vez que la ciudad me llama y hay tiempo para ello, me gusta ascender a su corazón a través de la calle de San Bartolomé, buscando la vida que se le escapa entre los labios al Cristo de la Expiración, y haciendo Estación previa ante este "Crucero" situado en el centro de la estrecha vía, un retablo para la Cruz que ha sabido sobrevivir a la demolición de la casa que le daba asiento. La Cruz se sostiene pese a los tiempos y a las maneras. Hemos de tomar buena nota de estos valientes corazones "jaeneros".
Fotografía tomada del blog "Ciriosytroyanos.com", de maese Javier García.
Este Árbol, fecundo, firme, inalterable e inolvidable para tantos, soporta el peso de Cristo por siete veces en nuestra capital provincial. Y la Efigie Cristífera elegida para representar este pasaje salvífico de la Pasión de nuestro Redentor fue la del Santísimo Cristo de la Humildad, de la Hermandad del Silencio jiennense, que tiene su sede y asiento catequético en la Iglesia de Cristo Rey.
¡Cómo brota la Luz de la Fe entre esa arboleda de candeleros protegidos por guardabrisas que nos iluminan el Camino! A toda estas enseñanzas le presta sus hojas el magnífico trabajo de José Carlos Rubio Valverde y la bonhomía de las gentes de la Hermandad silente y humilde que venera a Cristo, contemplado sobre este altar desde el que se desbordan sus cinco llagas.
El cauce que nace de la Cruz de Cristo en Jaén lleva brotando desde el siglo XVI. No en vano, de las siete Imágenes procesionales que reciben culto en la ciudad, cuatro fueron gubiadas y policromadas en aquella centuria plena de creatividad y trabajo para nuestro noble Reino.
La elección de cualquiera de Ellas para participar en esta Catequesis del "Año de la Fe2 hubiera sido totalmente lógica, aunque considerando que desde la parroquia de Cristo Rey ya participaba en esta Magna Manifestación de Fe el Misterio del Prendimiento de Jesús, hubiera sido interesante hacer participar a dos de las comunidades cristianas de nuestra ciudad en esta preciosa jornada de la fe.
Si consideramos que en los casos de las Efigies del Cristo de la Clemencia, del Cristo de la Vera-Cruz y del Cristo de la Buena Muerte ya participaban los Misterios a los que también rinden veneración sus Cofradías, y que el Santísimo Cristo de las Misericordias de la Hermandad de Estudiantes llevaría consigo los consiguientes traslados desde el Convento de Santa Clara a la Iglesia de la Merced y viceversa, nos quedan dos barrios y dos maravillosas Imágenes de Cristo a los que esta Celebración Catequética hubiera podido convocar también, haciendo partícipes con ello al Centro histórico de la Ciudad de este ir y venir de cofrades y fieles que pudimos vivir.
¿Os imagináis lo que hubiera supuesto presentar a cuantos nos visitaban en aquel día la esencia jiennense de las Cofradías del Santo Sepulcro y de la Expiración? El arte contenido en el Paso del Santísimo Cristo del Calvario, culmen de la Imaginería jiennense nacida de las gubias de Sebastián de Solís junto con la posible participación de Luisa Roldán en la ejecución de la Imagen de la Dolorosa, o el sumun de la pasión barroca derramada por José de Medina en la muerte detallada y anunciadora de Gloria del Santísimo Cristo de la Expiración, de San Bartolomé, hubieran acarreado el orgullo para sus cofrades y la maravilla para los foráneos que ante Ellos se pudieran postrar.
La Cruz está encumbrada en lo más alto de Jaén, sobre su cerro de Santa Catalina, igual que se conserva en cada rincón al que la fe de los hijos e hijas de Jaén la llevaron, porque la Cruz es altar para el sacrificio y lleva adherida a ella la vida perfecta que no conoce fin.
Como epílogo, quiero dejaros esta huella mantenida por el Árbol donde la fe se ensalza. En la Parroquia jiennense de la Inmaculada Concepción y San Pedro Pascual, donde recibe culto la copatrona de nuestra Capital, Santa Catalina de Alejandría, encontramos una Cruz que ya no sostiene el cuerpo de Cristo Crucificado, pero que mantiene sobre ella la huella dejada por el Salvador, por sus brazos y sus pies, mostrando todavía las tres perforaciones producidas por los clavos. Así debe ser nuestra alma, mostrar en ella la huella palpitante de Jesús: que en cada una de nuestras actividades esté presente Cristo y su mensaje de vida.
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