Juanma fue el barbero de mi padre, es el barbero de mi hermano Luis y mio, y es ya el barbero de mi hijo. Esa es la forma de ser y de pensar que me transmitieron: fidelidad a aquel que ha de pasar una navaja por tu cuello; que cuanto ha servido para tu gente sirva también para ti; que por los míos hay que darlo todo.
Los cofrades rancios, los que pasan la mañana de postulación junto a "su Cristo" y a "su Virgen", los que recuerdan dónde quedó cada tornillo y cada tablilla para igualar una trabajadera,... esos cofrades saben que las cosas tienen que llegar por si mismas, sin forzarlas, sin disfrazarlas... dejando que sea Dios quien dirija los entresijos de la providente vigilia.
Así dibuja Juanma los cogotes, como los barberos antiguos. Tiene el oficio bien aprendido.
En estas tardes gélidas de invierno, un niño mira a Dios asomarse al viejo Barrio señorial, le nombra y le vitorea, porque esa es la primera oración que aprendemos de niños. Si el Señor así lo quiere, ese cuello servirá bajo el timón de su gobierno, o se cubrirá de enlutada muceta de ruan, o quemará incienso ante el espejo de la Divinidad sobre la Tierra, o portará una Cruz sobre su hombro,... lo que es seguro es que hará lo que Dios le dicte a su conciencia.
El don más rotundo que Dios nos ha dado no es otro sino la LIBERTAD, y ese es el horizonte que estamos enseñando, desde niño, a este pequeño aprendiz de gigante.
Hoy ha sido día de barbero porque hay que tener el pelo "igualao" para los días que nos llegan.
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