Fotografía: Carlos A. Gálvez Moreno
Penitencia que sustituye aquel blanco sayal sobre el que la remarcaban los antiguos disciplinantes por este encendido goteo de la cera color sangre.
Recorridos procesionales que buscan la estrechez de la calle, la asimetría del altozano y la silente espera de la heráldica que sobrevive a la avaricia.
Una Cruz de plata y ámbar conteniendo la reliquia del primer santo franciscano español, andaluz de cuna, San Diego de Alcalá, a la que envuelve de Cuaresma con una manguilla dieciochesca.
Fotografía: Javier Sepúlveda
El tesón del maestro historiador, que no solo ha rescatado de los viejos libros lo que fuimos, sino que ha sabido decantar entre los tesoros escondidos en anaqueles de anticuario aquellas piezas que mejor habrían de cuadrar al canon de esta Cofradía que ayudó a rescatar.
Maese Maudilio Moreno Almenara es el diseñador de los dos gallardetes que han manifestado el viejo lienzo de Jesús atado a la Columna que la Cofradía eleva como enseña de orgullo y como señal de ser cortejo fiel a la palabra Salvífica de Cristo. A él le debe la ciudad de Andújar el hecho de haber encontrado piezas artísticas que enriquecen el patrimonio de las cofradías de esta ciudad. ¡Un gozo poder enarbolar estos guiones y banderas triunfales.
Fotografía: Carlos A. Gálvez Moreno
Una meticulosa labor de recuperación de señas de nuestra identidad católica olvidadas en el cajón de la desmemoria que nos devuelve al sabor clásico de lo que era común a todas nuestras celebraciones religiosas. Sobrepellices de alas, viejas liturgias y un andar antiguo, donde la mecida de la parihuela imprime un metálico tintineo a las borlas que rematan el cordón que ata a Cristo a la fría columna regada con su sangre.
La vieja piel de Cristo reintempretada, la fisonomía que el maestro Juan Blanco Pajares soñó en los tiempos más difíciles, cuando la madera no era la más adecuada y había que hacer prodigios para llevar adelante un trabajo soñado, recuperada y acompañada en su catequesis por la FE de un hombre cofrade, sabedor de los significados de la Imaginería religiosa y de aquellos sentimientos que busca recuperar del fondo de las almas de quienes contemplan su tránsito, el maestro Manuel Luque Bonillo.
Estamos en un nuevo tiempo de vísperas, parejo al que vivieron nuestros mayores acudiendo ante Cristo atado a la Columna en su templo de Santiago, y rindiéndole fiel veneración cuaresmal a través de aquella Cofradía fundada para Él, con estatutos redactados por el sacerdote Bartolomé Berdejo Cabrera, que fueron aprobados en el año 1674, según nos dice don Juan Rubio Fernández en su libro, publicado en 2002, "La parroquia de Santa María la Mayor de Andújar. Datos para la historia de una parroquia".
Después de que la parroquia de Santiago fuera suprimida como tal en 1842, aquella Fe de Andújar permaneció viva (¡qué ejemplo recibido de nuestros mayores!) hasta tal extremo que, al llegar la Semana Santa del año siguiente, el párroco de Santa María la Mayor (de la que pasó a depender la feligresía y el bello templo consagrado al apóstol santo) pidió permiso para poder abrir la capilla consagrada al Señor atado a la Columna (situada junto a la nave del Evangelio del templo de Santiago) por la mucha devoción que se tenía a aquella sagada Imagen, tal y como nos indica don Juan Rubio en la obra antes citada.
La Vera-Cruz se alza como heredera de aquel legado de Fe hacia este pasaje de la Pasión a la que Jesús se sometió por AMOR hacia todos nosotros recuperando para la ciudad de Andújar esta conmemoración de los Misterios de nuestra Salvación durante los días de nuestra Cuaresma, haciéndonos eco de las meditaciones de Santa Teresa de Jesús ante el cuerpo de Cristo flagelado:
"Pues ya andaba cansada mi alma y -aunque quería- no la dejaban decansar las ruines costumbres que tenía. Acaeciome que, entrando un día en el oratoria, vi una imagen que habían traído allí a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, mirándola toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros" (Vida de Santa Teresa 9, 1).
Esta plenitud alcanzada por Santa Teresa ante la efigie de Cristo maniatado fue interpretada de esta manera sublime por Gregorio Fernández:
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