Llegamos a Tierra Santa y fuimos a hablar con Dios. Y, en su casa, encontramos la justa medida, la proporción áurea, el buril y la gubia, el pabilo enrojecido y la yedra viva.
Estoy con Él porque el Universo se apoya sobre sus hombros y El Sublime Nazareno lo alza y lo mantiene al igual que hace con la vida de los míos.
Soy de Él desde mi primera Semana Santa en Sevilla, cuando le conocí, conducido de la mano de mi hermano Luis, mientras la Custodia sobre costal que navega desde El Salvador volvía su proa ante el Jesús Eucarístico reservado en el Monumento del Jueves Santo. Mi hermano me presentó al Cordero de Dios de la misma manera en la que a él se lo habían transmitido: inclinándose junto a mi, me dijo: "¡Mira: El Señor!"
Y Él, EL SEÑOR, nos sigue guardando y guiando a toda la familia. Porque fue Él quien nos recibió en las vísperas de nuestro Matrimonio y quien recibió a nuestro Manuel en el día en que nació y cuando fue presentado en su templo.
La medida del tiempo también está contenida entre sus manos. Al despertar cada mañana, la señal de la Cruz signa la frente de nuestra familia. Es esa misma Cruz que cierra el día y da gracias por lo vivido.Es esa misma Cruz, lábaro salvífico entre las manos de mi Pasión.
Campanitas sacramentales son muñidor de estrellas en la noche de la Conmemoración Eucarística hecha Comunión a costal y plata. Las manos del crucero de Pasión alzan una de las glorias de Sevilla.
Y la Cruz colegial de El Salvador rumorea plegarias sacras a la Cruz alzada de mi Vera-Cruz andujareña.
Rezo ante la belleza siguiendo el curso del Guadalquivir y, si le tenemos todos los días junto a nosotros en el noble arrabal andujareño, le ofrecemos los dones que Él nos entrega junto a su medida exacta en el corazón de la Gracia.
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