Convocados por la Ciudad en ciernes, acudimos súbditos llegados de los cuatro confines del universo cofradiero para estar junto al Hombre que venció a la muerte.
El catecismo de las gubias nos enseñó que El Gran Poder muere en Córdoba, recostado entre los brazos de su Madre, acuchillada por siete puñales de Angustia que parecen sacados de la fragua del Guadalquivir empleando las hojas de las azucenas catedralicias.
No deja de macerar la conciencia el hecho de que Juan de Mesa tuviera que matar a Dios para asumir las enseñanzas de su maestro y, así, conseguir la textura de la piel sobre la madera. Mientras, bajo la basílica de bríos romanistas, El Señor que camina convertía una jornada de vigilia (siempre las Vísperas) en una Estación más de nuestro Via-Crucis ante su presencia. Llevando la Cruz, El Gran Poder derriba la insidia, la inquina, la melancolía, la mediocridad, la vaciedad de tanta palabra fingida.
El Gran Poder no es la Imagen de un hombre: El Gran Poder es una fuerza desmedida, que rasga el velo, que arrebata las miradas, que demuestra que es verdad la Verdad recibida.
La muerte quedó aplastada bajo los zancos de esta Parihuela de Sol y Vida.
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