Creo que es una muestra de ministerio, de vocación, de entrega, de vivir y de entender que la vida en Cristiano ha de ser vivida y compartida en comunidad. Creo que la labor de los párrocos naturales de la villa jiennense de Torres que han desempeñado su ministerio sacerdotal al frente de la Comunidad Parroquial de San Bartolomé Apóstol, de Andújar, ha fortalecido entre nosotros esta seña de identidad que supone el punto final para el Curso Pastoral de la Parroquia. Gracias a los sacerdotes Facundo López Sanjuán y a Juan Francisco Ortiz González por ser como son y por querer así a su Comunidad.
Y es que la Octava del Corpus, para la feligresía de San Bartolomé es el inicio del nuevo curso, pero con unos días de descanso estival de por medio. Es un círculo perfecto que comienza y acaba en Cristo.
En estos últimos años, la Custodia de la Parroquia ha procesionado sobre la parihuela de la Santa Cruz, empleada por la Cofradía del Santo Sepulcro cada Viernes Santo. La unión entre ambos bienes patrimoniales no puede ser más bella. Comunión total de orfebrería, pintura y trabajos artesanales de sabor rancio.
Un año más, las gentes del barrio sienten que este es un día para el recuerdo, la celebración compartida y para sentir esa cercanía física con Dios. Durante años han decorado sus calles para saludar el tránsito del Santísimo y le han recibido con todo el amor posible.
Siempre me dice Manuel Barea que esta celebración alcanzará una cota mayor con la erección, por parte de las hermandades de la Parroquia, de retablos sacros ante el paso de SDM. Tiene razón y he de decir que, para este año, uno se quedó diseñado (¡a San Francisco le tenemos auténtica pasión!).
Os puedo decir que siento el pálpito de que se alzarán de nuevo estos retablos efímeros y de que, quizás, podríamos llegar a ver un altar conjunto entre hermandades, compartiendo parte del bello patrimonio que han creado nuestras corporaciones.
Mientras tanto, Manuel, junto con su familia, sigue creando belleza para saludar a Cristo Sacramentado, honrando la memoria de su padre al igual que la de los buenos cofrades que habitaron en este barrio y cuyos objetos más queridos sirven todavía para elaborar este bello altar sacramental.
¡Además, ese pan ya se empleó en el retablo de la Cofradía de la Paciencia! ¡Maravillosa obra de artesanía!
La Celebración Eucarística se reviste de magnificencia bajo la extraordinaria cubierta manierista del templo. la Guerra Civil nos privó de mucho, pero hemos podido conservar un legado que ha de llenarnos de orgullo a los iliturgitanos.
La Cruz alzada abre el cortejo. En esta ocasión. era precedida, como ocurre durante las procesiones claustrales o de celebrantes previa a la Eucaristía, por la plegaria purificadora del incienso.
La bella Cruz de plata sobredora y esmaltes, volvió a ser acompañada por la escolta de luz que le brindan los dos ciriales de la Hermandad de la Soledad, llevados por jóvenes miembros de la Comunidad parroquial.
Las cofradías formaban parte del cortejo, por riguroso orden de antigüedad, a excepción de la Cofradía de los Estudiantes. La ojiva de la puerta de la Encarnación del templo de San Bartolomé, concepto que me transmitía Juan Carlos Moreno Almenara, brindaba un marco irrepetible a Cristo sacramentado.
Volvía a realizarse esta Procesión Eucarística alrededor del templo durante la mañana del Domingo de la Octava, lo que propiciaba una luz única. Las calles del barrio: Corredera de San Bartolomé, Borja, Villegas y calle del Aire, se cubrieron de un sol nuevo, que se hizo uno con los rayos de la Custodia.
Pétalos en flor que llegaron desde el cielo y pétalos que, por desgracia, se quedaron esperando el paso del Señor sobre ellos, como me comentó posteriormente Manuel. ¡No volverá a pasar! Lo que es de Dios, a su servicio se ha de consumir. Nos faltó en este año el aviso para que fueran cortadas las calles.
Una Comunidad en oración, siguiendo a Cristo y manteniendo viva una llama que no hemos de permitir que se apague jamás. Y buena gente de otras parroquias, con la fe compartida y con el amor rebosante, que nos llegaron desde la cercana feligresía de Santa María.
La bendición con la Sagrada Forma ponía punto final a la celebración y suponía el comienzo de unas nuevas vísperas, en el que será, estoy seguro de ello, un fructífero año de vida en común, de formación, de ayuda a los que más lo necesitan, de celebración de la Fe, de manifestación pública de nuestras creencias, de ritual, de vida compartida y de esperanza.
Al final, siempre queda la Cruz, signo inequívoco de una entrega absoluta: la de Cristo, que nos gana la vida a fuerza de querernos hasta esa muerte imposible que Él derrumba con la suya.
Espero con ansiedad ese altar cofrade que anuncias, al igual que un nuevo empuje para que los vecinos del entorno de la iglesia sigan comprometidos con esta bella fiesta de exaltación de la Eucaristía.
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