martes, 29 de julio de 2014

"... EN LA BÓVEDA DEL SANTO CRISTO"

 
Se ha oreado la memoria, más permanece yerma de lo que fue tacto y pulso. A Cristo en la Cruz se le perdieron los nombres en un torbellino de guerras, desamortizaciones y derribos. Quienes miraron al Hombre clavado a la Cruz le dieron nombres que el tiempo ha reducido a las dos dimensiones de las páginas de un libro: Aguas, en San Eufrasio; de las Penas, en San Bartolomé; Expiración, en Santa María; de las Batallas, en Santa Marina; Salud, en San Juan de Dios; de Burgos, en Capuchinas; Santo Cristo, en el Carmen...
 
Cristo quedó enmarcado entre las tintas de la última voluntad; bajo su bóveda, la tierra santa es ahora albergue de cocheras y canalizaciones. El inexorable urbanismo, loco y sin fórmulas, ha truncado el descanso de los hijos de esta tierra e inutilizado el futuro de su descendencia. Si queremos leer historia sobre los muros hemos de visitar otras ciudades que sí la supieron conservar.
 
El Hombre muerto en la Cruz que en tiempos fue desenclavado de ella para ser conducido al sepulcro monacal, ahora sostiene sobre su espalda la piedra rojiza y aguarda de aquel que recupere el color de su piel y la consistencia de su hechura. El Crucificado de Trinitarias tiene toda una Corredera para brindar escolta a su silente espera.

 
Todo parece salir de Andújar, menos el Crucificado de Mínimas, que llega desde la Victoria ecijana para venir a llenar de escalofríos la ártica pared de la Casa Madre de las hijas de San Francisco de Paula. Demanda hábitos negros y cera roja; estípites y columnas salomónicas; racheo de alpargatas desde la cintura y "Miserere" en latín en cada parada; terciopelos en su fondo y tallas doradas en su cenefa. El Cristo Crucificado de Mínimas se alza sobre la ciudad como el chapitel de la torrre más alta que nos queda.

 
Salud demandaron de él cuantos acudieron a la Comunidad Hospitalaria que le contuvo y que le rezó. Salud recibimos quienes nos encontramos frente a Cristo, entre su escolta de ángeles y su Cruz cuadrangular, de rancia memoria andujareña. Salud de Cristo, junto a la Caridad de San Juan de Dios, que se hace cauce de promesas hasta la cima del Gólgota que es el coro de la Residencia.

 
Nobleza local y vidrieras francesas dieron luz a la Agonía de Cristo, a la que el sacerdote Juan Rubio sacara a la calle, en un Via-Crucis bajo las estrellas. Agonía del Hombre que aún no ha muerto, pero al que la color de la piel hace ya en el sepulcro nuevo de José de Arimatea. Agonía goticista sobre el Sagrario de Santa María. Un Cristo mediterráneo alzado sobre la corteza de la tierra, mientras cuentas las puntas de la bóveda de ojiva de doradas nervaduras andujareñas.

 
Antonio González Orea nos contaba que era obra de un escultor aficionado. Y Carlos Moreno Almenara me confesaba como sería un justo reconocimiento recuperar en su Expiración la advocación del Cristo de las Aguas al que se rezó en el convento trinitario construido frente a la muralla. El Cristo agonizante de la Ermita es la imagen del dolor llevado sobre el dibujo de cada grieta. Cristo fue abandonado por sus discípulos. Cristo muere en la Cruz. ¡Lenta y dura agonía del Crucificado de la calle Ollerías!
 
 
Un grupo de amigos llegó a pensar en constituir una Cofradía para Él. Sobre el corazón cristiano que le resta al barrio de La Lagunilla se alza la Cruz, y en la Cruz, el Hombre que entrega su vida.
 
Es la imagen de la resistencia al olvido. Es Cristo aún no muerto, que se aferra para transmitir la vida al olvidado encierro que le contiene frente a las yermas huertas. Pero toda Esperanza ha de ser mimada, acunada, sostenida bien fuerte. La presencia de Dios Eucaristía tiene lugar cada Domingo en aquel espacio sagrado y desborda las puertas del templo y asciende por cada calle, por cada casa, por cada alma que lo habita. Cristo, en la Cruz, por nosotros, se sometió a un muerte que, ante su Sacrificio por amor, quedó para siempre vencida.
 
Las viejas mandas testamentarias nos señalaban el enterramiento de nuestros mayores bajo la bóveda del Santo Cristo. Ahora es nuestra oración y nuestra atención al patrimonio que hemos recibido la que ha de seguir infundiendo vida a esta iconografía Cristífera que hemos recibido en herencia de fe y de existencia.

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