lunes, 6 de febrero de 2012

QUIEN NOS ENSEÑÓ A REZAR... ¡Y A ESPERAR!


Los siglos se acompasan con los desconchones de cal del convento de San Juan de Dios para no sentirse solos. La luz que atraviesa los ventanales que apuntan al sur, recorta el mediodía sobre los azulejos dieciochescos del zócalo, bordando en oro y sínople la blanca nave del arrabal andujareño.

En esas estamos cuando aún la sangre de Cristo no ha empapado el Sagrario, triunfante bajo el anacrónico manifestador.

Prendida en el blanco sudario que agrieta la saya y el manto del color de una noche de invierno, asistimos a una simbólica Llamarada Eucarística escapada de la madera tallada por el artista barroco, que acompaña nuestra vigilia.

El llanto de la Madre angustiada sigue derritiendo, inconsciente, el metal de las espadas. La belleza no deja de estar ahí, a pesar del dolor.

Esta noche es la penúltima luna antes del Parasceve. Nuestras insomnes visperas se aderezan de meditación.

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