Ocurrió el Domingo de Ramos de 2013, a la salida del Museo de la parroquia de San Bartolomé, cuando nuestro Director Espiritual recibió el Lignum Crucis de la Cofradía para llevarlo hasta su emplazamiento junto al Altar de la Parroquia, antes de la celebración de la Eucaristía. Mi túnica se enganchó con uno de los pestillos de la puerta que da acceso al templo, desgarrando su ruan. La piel nazarena se rasgaba como el velo del templo, como el propio entendimiento se abre de par en par durante cada Estación de Penitencia.
Vivimos en ella apenas unas horas al año, y su tacto es uno de los bienes más codiciados, más añorados, que poseemos.
Cada año me revisto con mi túnica de la Cofradía de la Vera-Cruz de Andújar en la casa de mi madre, junto a mi hermano Paco. Mi esposa nos ayuda a disponer bien cada uno de los complementos del penitente atuendo, entre los consejos de mi madre y la mirada párvula y nueva de mi hijo.
Es un tiempo breve, que conforma un ceremonial muy preciso, repetido de año en año, siguiendo la misma liturgia. La piel penitente llena cada rincón de la casa familiar. El vuelo de la oscura muceta nos recuerda lo que fuimos y lo que somos, y lo reduce todo a una anónima silueta.
La última estación de este rito familiar tiene lugar ante la fotografía de nuestro padre que preside el salón.
La herida de la que os hablo ha sido sanada por mi suegra, que ha venido a unirse a la nómina de manos cofrades de mi familia. Esa llaga salvada, esa costura que acompaña uno de los días más importantes de mi vida, repetido año tras año, es una oración musitada entre hilos negros, una plegaria silente, un libro de historia escrito sobre la lígnea heráldica de mi penitencia veracrucera, una filacteria con el lema de mi existencia, una llamada al cielo para el alma nazarena que con ella se cubre cada Domingo de Ramos, una certeza de que el mundo puede curarse, una esperanza en una vida mejor, una sanación milagrosa, un camino a seguir, una fina línea sobre el perfil de la ciudad, una llamada del Divino Nazareno para seguirle, el surco de una de las lágrimas que recorren el rostro de nuestra Madre, María Santísima, una imagen del cordón que ata las manos de quien fue el Cristo de mi padre, una palabra más del Evangelio de San Juan ceñida por el esparto penitente, una medalla tejida, un resquicio desde el que contemplar el paso del tiempo, un paso más dado a lo largo de mi existencia nazarena.
La piel herida, que sana ante la cercanía de la Verdadera Cruz que venera nuestra Cofradía de la Santa Vera-Cruz, de Andújar.
Hola manolo esto me recuerda que la proxima tunica que me pondre sera la negra muchas gracias lo prometo
ResponderEliminarMe alegro muchísimo, amigo mío, de compartir contigo nuestra Estación Veracrucera.
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