sábado, 21 de septiembre de 2013

LAS CRÓNICAS MONTOREÑAS

 
Volvemos a la actividad y lo hacemos desde un punto compartido con mis amigos montoreños: su forma de entender la vida según el canon cofrade. Me lo están preguntando ahora muchos compañeros de trabajo y me piden la respuesta razonada de a qué toda esta parafernalia, todo este ceremonial detenido en el tiempo y qué importancia puede tener en nuestro tiempo.
 
Ciertamente, con el paso de los años he ido esquilmando las respuestas, sólo me quedan recuerdos, prendidos al tono sepia del recuerdo, retornando de una media penumbra que es la suma de los días de mi familia, cofrade y de sangre.
 
 
 
 
Mi tiempo son momentos compartidos, imágenes que se repiten todos los años, pero que nunca son completamente iguales, la luz de los candelabros de guardabrisas de nuestra Madre Hiniesta a la salida de calle Francos, el pequeño nazarenito de San Gonzalo que me arrojó un caramelo cuando me vio allí, vencido, sentado en aquella acera junto al puente, ya de vuelta, aquella familia con la que compartí el tránsito de las Cofradías "de centro" del Lunes Santo, después de entablar conversación a la salida de mi Reina del Museo...
 
 
De Montoro me gusta su compromiso, la emoción que invade a un pueblo ante su Semana Mayor, su forma de transmitir el legado, su color de cal y molinaza, su forma de hundir sus raíces en el cauce del Padre Betis, su forma de creer en las Verdades transmitidas.
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario