viernes, 19 de noviembre de 2010

VICTORIA EN SU SOLEDAD DE DUELO




Nuestra Señora de la Victoria, Madre de la Orden Franciscana Mínima de San Francisco de Paula. Señora de las Soledades de cada convento que, a lo largo y ancho del orbe cristiano, ha visto nacer una comunidad de frailes o monjas Mínimos. Soledad de Andújar entendida bajo la óptica de un vestidor cordobés, Antonio Villar, que, desde la restauración realizada por el maestro Francisco Romero, busca en Ella alcanzar un diálogo especial entre la Madre y sus fieles.

No parece San Bartolomé. Estamos de vuelta al Altar de la Soledad en el Convento de la Victoria, hasta los falsos plátanos de indias del altozano que lleva su nombre parecen saberlo. Saya adamascada y manto rigurosamente negros. Pretiles de galonaduras marcan la silueta de una Dolorosa ya recuperada, ceñida a un verdadero canon femenino; lo que Nuestra Señora de la Soledad más demandaba. El tocado, buscando redefinir el dibujo de la gubia de Francisco Palma, suavizar el retrato de una madre interpretado por un hijo especialmente enamorado. Se deja ver el pelo negro de María Santísima en una suave ruptura de cánones mojiles, y el pañuelo nace de estas manos dificilísimas para un vestidor, comulgando de manera acertada con el juego de picos y horizontalidad que sirven el pecherín de la Señora de Mínimos.

Un acierto conservar la corona de reina sin el nimbo, inscrito con aquel "Mater Dolorosa", que quebraba en dos cualquier atisbo de equilibrio en la medida.

Soledad, Madre y Señora del viejo arrabal que se asoma a la Sierra misma.

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